lunes, 7 de septiembre de 2015

Good Bye, my beloved...

 La noche se acercaba y con ella las lágrimas que habían luchado por mantenerse en su lugar todo el día; recorrían, enfriaban y humedecían los pómulos de una joven a los pies de su ventana con la mirada clavada en donde posaba, tintineante y pequeña, la primera estrella en el cielo. Bien se decía que los suspiros eran la forma en que la felicidad escapaba poco a poco del ser humano y, de ser así, la chica había perdido la cuenta de las veces que dejaba escapar aquél sentimiento. Cerró los ojos y los apretó, dejando caer más lágrimas. Sentía como su corazón era presionado por sus pulmones; le dolía el pecho. Se sentía vacía.

… Pero, ¿por qué?...

Se había hecho una costumbre acercarse a su ventana después de la cena. Esperaba a que la luna apareciera en un punto en el que no forzara su cuello y la observaba hasta que las lágrimas dejaran de brotar. Mientras que en el día su sonrisa se mostraba radiante, como si aquél acto nocturno sirviera para purificar su alma –cosa que evidentemente no era cierta–. No podía explicar por qué hacía eso; Repentinamente, un día como cualquier otro, sintió que algo faltaba en su vida. ¿Podría recordar o encontrar sentido a su acción al contemplar la luna? Quizá sí. Quizá no.

… ¿Desde cuándo?...

Pero todo era tan confuso. Varias veces intentó dormir pero el sueño no llegaba a su ser; parecía como si Morfeo se hubiese olvidado de ella. ¿Por qué sentía ese vacío? Al cerrar los ojos unas imágenes aparecían muy borrosas en sus memorias. Imágenes que le transmitían calidez, tranquilidad, seguridad y felicidad, aquella que se escapaba con cada suspiro acompañado de tristeza y temor. Algo –o alguien– hacía falta en su vida desde aquél día. En sus días libres buscaba hasta el rincón más profundo de su hogar para tratar de hallar la razón de sus lágrimas; Una libreta, una foto, una prenda, algo que regresara sus memorias a la normalidad. Pero no encontraba nada más que polvo y cosas que creía perdidas, como un pendiente o una nota del trabajo. Pertenencias que no tenían ningún valor sentimental. Por lo que cada noche tenía que resignarse con derramar aquellas cristalinas y saladas gotas.


De regreso a casa, después de un arduo día de trabajo, era recibida por su mascota que había rescatado en la calle. Extrañamente el rescate era parte de los recuerdos que sentía perdidos. El ver al cachorro siempre le transmitía felicidad y, aquello, pensaba que era normal pues siempre mostró un gran amor por los animales. Entraba a su hogar, solitario y vació, preparaba algo de comer justo después de haber colocado croquetas para su mascota. Caminaba hacia su habitación con el plato en mano, con una comida ligera, y se sentaba para ver un punto en la pared sin razón alguna, comiendo lentamente. De nuevo suspiró. Dejó el plato a medias y se levantó hacia la ventana. Aún era temprano para dejar que sus lágrimas salieran y, aunque quisiera adelantar el paso, éstas no salían por más que las forzara. Resignada volvió a la cocina para mojar su rostro con un poco de agua, secándose en seguida con una toalla, tapando su rostro por unos segundos –o minutos– sin cambiar de posición.

De pronto escuchó ladrar a su mascota, cosa que le extrañó, pues no escuchó el timbre del departamento. Dirigió sus pasos hacia la ubicación del can, de forma lenta y temerosa. Con la mirada recorrió la habitación en busca de lo que podría haber provocado tal reacción en su mascota, pero todo estaba tranquilo a su alrededor. Sin embargo, su compañero mostraba inquietud ante un pedazo de papel sobre el suelo. La morena se arrodilló a un costado del animal, rodeó su lomo con su brazo y acaricio su pelaje de forma lenta, tratando de tranquilizarlo, al mismo tiempo que dirigía su mirada hacia aquél objeto. En un principio pensó en la posibilidad de que fuese una de sus notas de trabajo, las cuales solía dejar en cualquier lugar, pero cuando fijó su atención en la misma, observó que era acompañada de una hermosa y blanca pluma. Tomó ambos objetos del suelo; sus manos temblaban y su mente comenzaba a jugar con las imágenes borrosas que no podía aclarar en sus recuerdos. Su corazón se aceleró. En la nota, las letras que mostraban una hermosa caligrafía, redactaban una carta que parecía estar dirigida hacia su persona. Con sus ojos cristalinos, comenzó a leerla:

Para la persona que alguna vez amé.
Quizá estés confundida, quizá tus recuerdos estén borrosos y tengas un vacío que sientes no poder llenar.
No culpes a tu mente o a tu corazón de ello, cúlpame a mí.
Yo he borrado todos y cada uno de ellos por el temor a que terminaras odiándome por lo que hice.
He sido una cobarde desde el principio.
Pensé que sería lo mejor, pero fue un error. No puedo permitir que derrames otra lágrima más.
A medida que vayas leyendo esta carta, tus recuerdos irán cobrando vida y podrás recordar el rostro del ser que más daño te ha hecho: Un ángel caído.
¿Por qué lo hice?
Hasta la fecha no dejo de pensar en el enorme error que cometí al engañarte a ti. Perdí la razón y me dejé llevar por la tentación.
Mi misión era protegerte y sólo logré lastimarte.
¿Quién soy?
Mi nombre no es digno de pronunciar. Un ángel que buscaba los fragmentos perdidos de sus memorias. Sí, así como ahora lo haces tú.
Antes de conocerte, mi vida no era nada; caminaba sin rumbo fijo. Pero, aquella noche en la que te enfrentaste a dos desagradables humanos por salvar la vida de la mascota que ahora te acompaña, aquella vez, mi vida cobró sentido.
Contigo viví los momentos más felices, estaba en paz. Pero nadie me advirtió de las tentaciones terrenales, y la conocí. Hermosa, de un cuerpo que me incitaba al placer.
Tú me dabas seguridad, pero ella me llevaba a la locura.
No medí las consecuencias, pensé que podía protegerlas, pero no fue así.
Tú me descubriste un día, mientras le entregaba mi ser en la cama, en la que incontables veces nos volvíamos una. Rompí tu corazón.
Aquella noche derramaste incontables lágrimas, hasta que tu cuerpo no pudo más. Sin embargo tu dolor seguía presente. Lastimaste tus hermosas manos al romper el espejo con tus puños, quizá intentaste apagar la agonía de tu corazón con el dolor en el exterior.
Al verte dormida sobre el ventanal, me prometí que no te lastimaría más. Coloqué mi mano sobre tu frente y, con lágrimas en los ojos y mi corazón oprimido, borré tus recuerdos. Debía desaparecer de tu vida.
Sin embargo, el verte cada noche desde el ventanal, observar tus cristalinas lágrimas brillar con fuerza bajo la luz de la luna, me ha conmovido y enseñado mi cobardía.
Y, aunque quisiera que no llenaras tu corazón con resentimiento y odio, estoy preparada para recibirlos y vivir con ello el resto de mi eternidad.
No negaré que te amé como a nadie más, pero ahora sé que se puede amar de distintas formas.
Vive, ama a alguien más, pero no olvides nuestro amor.
Sé que estarás mejor sin mí.

Te quiere y estima… H.

×~×~×~×


Las estaciones pasaron frente la mirada de las personas, el frío invierno anunciaba le fin de un ciclo. Sin embargo, el corazón de la morena resguardaba un cálido sentimiento. Con el pasar del tiempo, sus emociones fueron cambiando, dejando de lado el dolor y dando paso a la paz en su interior. A pesar de que, al cerrar los ojos, sus recuerdos volvían de una vívida manera, ella pudo llenar el vacío en su ser.

De pie, frente la banca en la que tantas veces descansó en el hombro de su amada, y decidida a cambiar y seguir su camino, colocó la pluma, la observó por algunos minutos y secó la última lágrima que brotaría del recuerdo de aquél ángel. Sabía que el camino que le faltaba por recorrer sería difícil y duro de atravesar sola, pero había dado un enorme paso, había dejado atrás un enorme peso; había dejado sus resentimientos en aquella hermosa pluma que ahora se balanceaba con el viento hacia una nueva dirección.