Nublado,
sólo podía verse el contorno del Sol entre las nubes grisáceas, pero aún así el
día se mantenía frío y solitario. Nada parecía brillar ese día, el mundo humano
era cada vez más aburrido, más monótono. Los insignificantes seres vivían para
sobre existir, olvidándose de su propia felicidad. A pesar de eso, el abandonar
la Tierra no era uno de los planes del Arcángel: Haruko.
Ella
tenía una misión en aquél lugar, la cuál debía descifrar. Por ello, recorría
las calles una y otra vez, descubriendo nuevas cosas, nuevas sensaciones pero
los humanos seguían siendo los mismos, ninguno parecía disfrutar de lo que
hacía.
Mientras
recorría el mundo, los recuerdos de sus vidas pasadas llegaban como un flash a
su cabeza, el dolor tanto físico como emocional que vivió con los seres con
quiénes se relacionó, los cuales hicieron que sus esperanzas en las personas se
esfumaran y quisiera mantenerlos alejados de ella. Pero había una parte de sus
recuerdos la cual se volvía borrosa y oscura, cómo si alguien o algo se hubiera
dedicado a eliminar esos momentos. En ocasiones, cuando tenía tiempo, cerraba
los ojos y trataba de recuperar esos recuerdos, pero visualmente no conseguía
nada, sólo sabía que eran cálidos y que la hacían sentir feliz. “– Seguro es
con algún hermoso animal doméstico que habita en éste mundo.” Se decía a sí
misma. No podía creer que algún humano fuese capaz de lograr aquellos
sentimientos en ella.
Por
las noches estiraba un poco sus alas, recorriendo las calles por los cielos, éstas
necesitaban estar en movimiento o comenzaban a dolerle y pesarle. Eran grandes,
blancas cómo la nieve y las plumas eran casi igual de tersas y delicadas que
las plumas de un cisne, más sin embargo, las plumas que formaban sus alas eran
especiales y únicas, por lo que siempre cuidaba de ellas.
Una
noche, en un paseo como cualquier otro en la Tierra, observo con curiosidad a
un humano que, desde el techo de su casa, veía la Luna con una sonrisa en su
rostro. Se escondió para no ser descubierta con sus alas en todo su esplendor.
Desde un lugar seguro dirigió su mirada a aquél ser que parecía romper con la
monotonía en los humanos de la cual Haruko había sido testigo. Siguió
contemplándola, observando que se trataba de una chica de cabello largo de
color negro y de complexión delgada.
Perdió
la noción del tiempo hasta que vio a la chica levantarse y bajar las escaleras,
perdiéndose de su vista al entrar por una puerta color verde. Suspiro y negó
ligeramente. “- ¿Por qué perdí tanto tiempo con esa humana?” se preguntaba en
sus adentros, comenzando a mover sus alas para elevar su vuelo y volver a
recorrer la ciudad en la que estaba.
Unos
días después, el Arcángel había olvidado lo sucedido. Recorría como cualquier
otra persona la ciudad, caminando y viendo las tiendas, quedando enternecida
con algún animal doméstico que vendían en las veterinarias. Caminó un poco más
perdiendo la cuenta de sus pasos hasta que éstos fueron repentinamente
detenidos, algo dentro de sí le decía que doblara la calle. Suspiró y se dejó
llevar por su instinto, caminando por la calle solitaria, viendo que había una
persona en una banca que jugaba con un cachorro el cual estaba abandonado. No
evitó sonreír ligeramente, hacía tiempo que no veía a una persona tratar con
tal delicadeza a un animal indefenso. Observo con curiosidad y pudo distinguir
que se trataba de la humana que días antes se encontraba contemplando la Luna.
Caminó hasta llegar a un lado de la banca, viendo así mejor los rasgos físicos
de la chica: De piel blanca (no tanto como la suya), su cabello era negro -un
poco maltratado a comparación de los cabellos de seda del arcángel-, vestía con
pantalones de mezclilla y una chaqueta que la cubrían perfectamente del clima
nublado de ese día.
El
cachorro se acerco a los pies del Arcángel y ladró, ella sólo sonrió y se
agachó para acariciar su lomo y cabecita. Después de un rato, el cachorro se
refugió en su caja, dejando solas a Haruko y la humana.
Pasaron
tiempo sin decir nada, pero aquel silencio no era incómodo. El Arcángel dirigía
miradas repentinas a la chica, hasta que ésta se recargo en el respaldo de la
banca y miró hacia el cielo, sonriendo. “- ¿Por qué está perdiendo su tiempo?
¿Es acaso que no tiene algún trabajo cómo los demás humanos?”, las preguntas
rondaban por su mente, viendo con curiosidad a la chica. De repente, ésta dirigió
la mirada hacía el Arcángel, le sonrió y suspiró.
- No
hay nada mejor que no tener nada qué hacer en un día tan hermoso, ¿no? –
“¿Hermoso?” Se preguntaba Haruko. Era cierto que no le gustaban los días
soleados, pero ningún humano en su sano juicio decía que un día así era
hermoso, todos lo describían como “Un mal día”.
El
Arcángel asintió y suspiro, viendo con más curiosidad a la chica.
-
Siempre vengo aquí para cuidar de ese cachorrito. – Habló de nuevo la morena,
viendo hacía la caja donde se había metido el animal en cuestión – Hace unos
días tenía su patita rota por los malvados tipos que vienen a beber a éste
lugar –hizo una breve pausa para reír – Casi soy violada por ellos al defender
al perrito. – Haruko alzó una ceja.
- ¿Y
te ríes por eso? Pudieron haberte lastimado. – La morena sólo alzo los hombros
y prosiguió.
- Estaban
muy borrachos, se tropezaban con cualquier cosa. –Alzaba su mirada y veía a la
chica que tenía enfrente (Haruko) – Soy Uzu, por cierto. – Le dedicó una
sonrisa, la cual hizo sorprender al Arcángel. Hace tiempo que no veía una
sonrisa tan sincera.
-
Haruko, puedes decirme Haruko. – Correspondió a la sonrisa, agradecida por el
gesto.
-
Bueno, Haruko-chan, me tengo que ir, un gusto conocerte. –Se levantó y caminó
hacía la avenida. – Espero vernos después, bye! –Comenzó a correr, perdiéndose
en la multitud.
Después
de ese día, Haruko no podía sacarse de la cabeza a aquella chica. Su sonrisa,
su mirada, todo sobre ella resaltaba su persona sincera y honesta. Quería
encontrarse de nuevo con ella. Pasaron días, casi el mes y la chica no había
ido a aquella banca con el cachorro. El Arcángel comenzaba a preocuparse.
Una
noche, Haruko decidió rondar por la ciudad, caminando hacia donde sus pies le
indicaran, mirando fijamente el suelo, esquivando postes, personas que aún
vagaban a altas horas o algunos vehículos estacionados. Su andar la llevó hasta
la calle donde se había encontrado con Uzu, vaciló en ir hacía la banca,
comenzaba a perder la esperanza de ver de nuevo a la humana. Pretendía seguir
su andar pero un ruido extraño la detuvo, giró su mirada hacía la calle y
distinguió las siluetas de algunos hombres robustos que caminaban torpemente.
No les dio importancia a ellos hasta que escuchó una voz conocida.
-
N-No les tengo miedo. –La voz se escuchaba temblorosa, mintiendo sobre lo que
había dicho. – Cómo si unos borrachos pudieran correr más rápido que yo.
“Uzu…”
Pensó Haruko. “Ésta niña sí que da problemas.” Corrió hacia donde estaba,
escuchando un grito y aullidos de un cachorro lastimado. “Joder”. Movió lo más
rápido que podía sus piernas, hace mucho no corría y no podía sacar sus alas en
presencia de los humanos, lo tenía prohibido.
Apretó
sus manos al escuchar gritar por ayuda a la morena, la habían acorralado y
comenzaban a forcejear para quitarle la ropa. Haruko buscó algo con qué
golpearlos, encontrando un fierro el cual pertenecía a una remodelación de un
edificio, corrió lo más rápido que le dejaron sus piernas y se lanzó sobre los
hombres que acosaban a Uzu. Comenzó a golpearlos con el fierro, haciéndolos
enojar más, pero Haruko era más ágil y lograba esquivarlos, golpeando con todas
sus fuerzas.
Los
hombres comenzaron a correr, lanzando amenazas al aire para ambas chicas,
ayudándose entre sí para sostenerse en pie. Haruko, por su parte, soltó el
fierro y corrió hacia la chica, que yacía en el suelo, abrazándose, con sus
ropas rasgadas. El Arcángel no aguantó verla así, le dolía, por primera vez,
ver a un humano sufrir.
-
¿Estás bien? ¿Te tocaron de más? – La tomaba en brazos, viéndola, preocupada. Pero
algo hizo que se molestara con ella. Uzu sonrió y comenzó a reír.
-
D-De nuevo… P-Por poco me violan, hehe…
-
Por poco… Por poco… ¡Uzu, tus ropas están rotas, estabas en el suelo! ¿Crees
qué es momento para reír? ¿En qué estabas pensan…do? –Sintió como la chica se
apegó a su pecho, comenzando a llorar, apretando su blusa blanca. - ¿Uzu?
La
morena lloraba desconsoladamente, al mismo tiempo que temblaba. Haruko, al
tenerla entre sus brazos sintió el miedo que tenía la chica, por lo que la
abrazo más fuerte y de manera protectora. Tenía ganas de acompañar a la humana
en su llanto, pero sentía que debía ser fuerte, por ella.
-
T-Tranquila, ya paso, todo está bien… -Suspiraba y acariciaba la espalda de la
chica, sintiendo los espasmos por el llanto. - ¿Por qué viniste a estas horas,
teniendo todo un día? - Uzu se separó, para poder verla a los ojos y dedicarle
una sonrisa.
-
A-Algo me dijo q-que tenía que venir… - hipeaba ligeramente – A-Además, tenía
tiempo sin ver a Hachiko… -Sonreía leve y se acomodaba con timidez en los
brazos del Arcángel, cerrando los ojos – Tus brazos son tan cálidos.
Haruko
no sabía qué hacer o decir, había pasado mucho tiempo desde que ella tuvo
contacto con un humano. La miro, acariciando su espalda y parte de su brazo,
tímidamente beso su frente y, al hacerlo, sintió como algo renacía en ella.
Quedó sorprendida al cerrar los ojos y recordar aquella parte oscura en su
mente, visualizando a una chica a su lado, la misma chica que ahora tenía en
brazos. No podía creerlo. Recordó
todo lo que vivió a su lado, los abrazos, los besos, las sonrisas y hasta las
peleas de las cuales siguieron adelante. Todo, recordaba absolutamente todo lo
que hace segundos estaba vació y
borroso.
Volvió
a abrazarla protectoramente y fue entonces que entendió que su misión era
cuidarla, velar por ella y nunca dejarla sola. El amor que un día le tuvo
renació y, a pesar de que Uzu no la recordará tal cual, lucharía por ganarse un
nuevo espacio en su corazón, sin importar cuántas vidas más pasen, ella siempre
estaría para la chica, la humana que cambió su vida, sus pensamientos y su
forma de ser. La humana que amaba más que a nada en ese mundo. La humana por la
cual aquél bello Arcángel estaba dispuesta hasta a perder sus alas.