lunes, 7 de septiembre de 2015

Good Bye, my beloved...

 La noche se acercaba y con ella las lágrimas que habían luchado por mantenerse en su lugar todo el día; recorrían, enfriaban y humedecían los pómulos de una joven a los pies de su ventana con la mirada clavada en donde posaba, tintineante y pequeña, la primera estrella en el cielo. Bien se decía que los suspiros eran la forma en que la felicidad escapaba poco a poco del ser humano y, de ser así, la chica había perdido la cuenta de las veces que dejaba escapar aquél sentimiento. Cerró los ojos y los apretó, dejando caer más lágrimas. Sentía como su corazón era presionado por sus pulmones; le dolía el pecho. Se sentía vacía.

… Pero, ¿por qué?...

Se había hecho una costumbre acercarse a su ventana después de la cena. Esperaba a que la luna apareciera en un punto en el que no forzara su cuello y la observaba hasta que las lágrimas dejaran de brotar. Mientras que en el día su sonrisa se mostraba radiante, como si aquél acto nocturno sirviera para purificar su alma –cosa que evidentemente no era cierta–. No podía explicar por qué hacía eso; Repentinamente, un día como cualquier otro, sintió que algo faltaba en su vida. ¿Podría recordar o encontrar sentido a su acción al contemplar la luna? Quizá sí. Quizá no.

… ¿Desde cuándo?...

Pero todo era tan confuso. Varias veces intentó dormir pero el sueño no llegaba a su ser; parecía como si Morfeo se hubiese olvidado de ella. ¿Por qué sentía ese vacío? Al cerrar los ojos unas imágenes aparecían muy borrosas en sus memorias. Imágenes que le transmitían calidez, tranquilidad, seguridad y felicidad, aquella que se escapaba con cada suspiro acompañado de tristeza y temor. Algo –o alguien– hacía falta en su vida desde aquél día. En sus días libres buscaba hasta el rincón más profundo de su hogar para tratar de hallar la razón de sus lágrimas; Una libreta, una foto, una prenda, algo que regresara sus memorias a la normalidad. Pero no encontraba nada más que polvo y cosas que creía perdidas, como un pendiente o una nota del trabajo. Pertenencias que no tenían ningún valor sentimental. Por lo que cada noche tenía que resignarse con derramar aquellas cristalinas y saladas gotas.


De regreso a casa, después de un arduo día de trabajo, era recibida por su mascota que había rescatado en la calle. Extrañamente el rescate era parte de los recuerdos que sentía perdidos. El ver al cachorro siempre le transmitía felicidad y, aquello, pensaba que era normal pues siempre mostró un gran amor por los animales. Entraba a su hogar, solitario y vació, preparaba algo de comer justo después de haber colocado croquetas para su mascota. Caminaba hacia su habitación con el plato en mano, con una comida ligera, y se sentaba para ver un punto en la pared sin razón alguna, comiendo lentamente. De nuevo suspiró. Dejó el plato a medias y se levantó hacia la ventana. Aún era temprano para dejar que sus lágrimas salieran y, aunque quisiera adelantar el paso, éstas no salían por más que las forzara. Resignada volvió a la cocina para mojar su rostro con un poco de agua, secándose en seguida con una toalla, tapando su rostro por unos segundos –o minutos– sin cambiar de posición.

De pronto escuchó ladrar a su mascota, cosa que le extrañó, pues no escuchó el timbre del departamento. Dirigió sus pasos hacia la ubicación del can, de forma lenta y temerosa. Con la mirada recorrió la habitación en busca de lo que podría haber provocado tal reacción en su mascota, pero todo estaba tranquilo a su alrededor. Sin embargo, su compañero mostraba inquietud ante un pedazo de papel sobre el suelo. La morena se arrodilló a un costado del animal, rodeó su lomo con su brazo y acaricio su pelaje de forma lenta, tratando de tranquilizarlo, al mismo tiempo que dirigía su mirada hacia aquél objeto. En un principio pensó en la posibilidad de que fuese una de sus notas de trabajo, las cuales solía dejar en cualquier lugar, pero cuando fijó su atención en la misma, observó que era acompañada de una hermosa y blanca pluma. Tomó ambos objetos del suelo; sus manos temblaban y su mente comenzaba a jugar con las imágenes borrosas que no podía aclarar en sus recuerdos. Su corazón se aceleró. En la nota, las letras que mostraban una hermosa caligrafía, redactaban una carta que parecía estar dirigida hacia su persona. Con sus ojos cristalinos, comenzó a leerla:

Para la persona que alguna vez amé.
Quizá estés confundida, quizá tus recuerdos estén borrosos y tengas un vacío que sientes no poder llenar.
No culpes a tu mente o a tu corazón de ello, cúlpame a mí.
Yo he borrado todos y cada uno de ellos por el temor a que terminaras odiándome por lo que hice.
He sido una cobarde desde el principio.
Pensé que sería lo mejor, pero fue un error. No puedo permitir que derrames otra lágrima más.
A medida que vayas leyendo esta carta, tus recuerdos irán cobrando vida y podrás recordar el rostro del ser que más daño te ha hecho: Un ángel caído.
¿Por qué lo hice?
Hasta la fecha no dejo de pensar en el enorme error que cometí al engañarte a ti. Perdí la razón y me dejé llevar por la tentación.
Mi misión era protegerte y sólo logré lastimarte.
¿Quién soy?
Mi nombre no es digno de pronunciar. Un ángel que buscaba los fragmentos perdidos de sus memorias. Sí, así como ahora lo haces tú.
Antes de conocerte, mi vida no era nada; caminaba sin rumbo fijo. Pero, aquella noche en la que te enfrentaste a dos desagradables humanos por salvar la vida de la mascota que ahora te acompaña, aquella vez, mi vida cobró sentido.
Contigo viví los momentos más felices, estaba en paz. Pero nadie me advirtió de las tentaciones terrenales, y la conocí. Hermosa, de un cuerpo que me incitaba al placer.
Tú me dabas seguridad, pero ella me llevaba a la locura.
No medí las consecuencias, pensé que podía protegerlas, pero no fue así.
Tú me descubriste un día, mientras le entregaba mi ser en la cama, en la que incontables veces nos volvíamos una. Rompí tu corazón.
Aquella noche derramaste incontables lágrimas, hasta que tu cuerpo no pudo más. Sin embargo tu dolor seguía presente. Lastimaste tus hermosas manos al romper el espejo con tus puños, quizá intentaste apagar la agonía de tu corazón con el dolor en el exterior.
Al verte dormida sobre el ventanal, me prometí que no te lastimaría más. Coloqué mi mano sobre tu frente y, con lágrimas en los ojos y mi corazón oprimido, borré tus recuerdos. Debía desaparecer de tu vida.
Sin embargo, el verte cada noche desde el ventanal, observar tus cristalinas lágrimas brillar con fuerza bajo la luz de la luna, me ha conmovido y enseñado mi cobardía.
Y, aunque quisiera que no llenaras tu corazón con resentimiento y odio, estoy preparada para recibirlos y vivir con ello el resto de mi eternidad.
No negaré que te amé como a nadie más, pero ahora sé que se puede amar de distintas formas.
Vive, ama a alguien más, pero no olvides nuestro amor.
Sé que estarás mejor sin mí.

Te quiere y estima… H.

×~×~×~×


Las estaciones pasaron frente la mirada de las personas, el frío invierno anunciaba le fin de un ciclo. Sin embargo, el corazón de la morena resguardaba un cálido sentimiento. Con el pasar del tiempo, sus emociones fueron cambiando, dejando de lado el dolor y dando paso a la paz en su interior. A pesar de que, al cerrar los ojos, sus recuerdos volvían de una vívida manera, ella pudo llenar el vacío en su ser.

De pie, frente la banca en la que tantas veces descansó en el hombro de su amada, y decidida a cambiar y seguir su camino, colocó la pluma, la observó por algunos minutos y secó la última lágrima que brotaría del recuerdo de aquél ángel. Sabía que el camino que le faltaba por recorrer sería difícil y duro de atravesar sola, pero había dado un enorme paso, había dejado atrás un enorme peso; había dejado sus resentimientos en aquella hermosa pluma que ahora se balanceaba con el viento hacia una nueva dirección. 



sábado, 3 de mayo de 2014

「 Usque ad finem 」





「 Usque ad finem」

Lo recuerdo muy bien, como si hubiera sido apenas ayer la última vez que te vi sonreír con tanta alegría en tu rostro que nunca me hubiese imaginado que al día siguiente estaría viendo como tu alma se elevaba hacia el cielo. Sí, lo recuerdo perfectamente y no puedo evitar sentirme culpable de tu muerte, quisiera irme contigo pero tengo aquí en la tierra a alguien por quién luchar, fruto de nuestro amor. Pero en las noches tu recuerdo se hace más fuerte; abrazó la almohada que tiene impregnado tu aroma después de un año de tu partida, tus prendas y tu bandana que solías utilizar en tu cuello. Me recuesto en la cama, la cual fue testigo de tantas demostraciones de amor, cuando nuestros cuerpos eran sólo uno, y comienzo a llorar silenciosamente.
Lo recuerdo perfectamente…
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Después de La Cuarta Guerra Mundial Shinobi yo, Uchiha Sasuke, regresé a Konoha. Muchas personas me repudiaban, otras tantas se alegraban de tenerme de vuelta, poco me importaba lo que pensaran. Mi sed de venganza se había saciado, mi razón de ser había desaparecido. Aquella batalla me hizo liberarme del dolor que sentía al haber asesinado a mi hermano, al hacer “una buena acción” por la villa que él amo. Pero no tenía nada.
En ocasiones el idiota de Naruto junto con Sakura me visitaban a mi nuevo, pero pequeño condominio en el que vivía, para avisarme de las nuevas misiones o sólo para molestar. Pensé que Sakura estaría detrás de mí todo el tiempo, pero no lo hizo, al parecer se dio cuenta de que amaba a Naruto e intentaba una relación con él. Aquella noticia no me afecto en nada, nunca sentí algo por Sakura o por alguna otra chica… Hasta que comencé a hablarte.
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-       Hola, preciosa. Toru y yo hemos venido a visitarte, ¿Nos extrañas? Porque nosotros a ti sí y como no tienes idea… -, Solté un largo suspiro mientras nuestro pequeño sólo sonreía. Parecía muy feliz al estar contigo -. El otro día le estaba contando a Toru como te pedí que salieras conmigo, ¿Recuerdas?
Memorias, ¿qué seríamos los humanos sin ellas?...
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Los días pasaron y con ellos las estaciones del año. Exactamente no recuerdo cuando fue que empezaste a llamar mi atención, pero lo que nunca podré olvidar: El día en que aceptaste ser mi novia.
Era una tarde cálida de primavera, recuerdo que era tu estación favorita. Después de una misión siempre ibas al lago para reflexionar sobre tus errores y practicar para mejorar cada día. Siempre me gustó eso de ti. Aguardé a que terminaras de entrenar, no quería distraerte porque sabía lo importante que era para ti superarte, sólo me dediqué a verte.

-       Vaya que has mejorado bastante, Hyūga -, al escucharme pude apreciar cómo te sorprendías, llegando a tus mejillas un ligero carmesí que te hacía ver hermosa.
-       Sa-Sasuke-kun, ¿Hace cuánto tiempo estás aquí?
-       Lo suficiente para afirmar lo que quiero -, en tu rostro pude percibir lo que ibas a preguntar, así que sólo sonreí ligeramente de lado y me acerqué más a ti, manteniendo fija mi mirada sobre la tuya. Logré que tu sonrojo se volviera más fuerte -. Te quiero a ti, Hinata. Quiero salir contigo y no aceptaré un “No” por respuesta.
Creo que fui algo directo y egoísta, pero logré que salieras conmigo. En un principio te sentías algo incómoda y quizá era debido a que yo no mostraba mis sentimientos. Con el tiempo me ibas enseñando a corresponder el amor que me brindabas. Cuando me sentía solo aparecías y te quedabas a mi lado por el resto del día. Todo era perfecto a tu lado.
Siempre tan amable, gentil, con una sonrisa para todos, lo cual me ponía celoso. Quería esa sonrisa sólo para mí, que nadie más viera lo hermosa que eras, quería guardarte en una caja de cristal y tenerte resguardada de todos, pero aquello era un pensamiento muy posesivo y enfermo, conozco los límites. En ocasiones, cuando regresabas con rasguños de las misiones quería matar a aquellos que los habían provocado, llegaba a enojarme con Kiba y Shino por no protegerte bien, pero siempre calmabas mi coraje con un dulce beso y me explicabas a detalle lo que había ocurrido. Siempre admiré tu valentía al afrontar tus errores y nunca te dabas por vencida, cada vez entrenabas más, te exigías más y, cuando llegabas a lastimarte, yo siempre te cuidaba. Recuerdo tus sonrojos cuando te cargaba y llevaba hasta mi condominio para que descansaras. Y, aunque hubiera veces en las que moría por hacerte mía, siempre te respeté y nunca te obligué a nada que no quisieras hacer, sabía lo delicada que eras, por lo que hacer el amor lo pasé a un segundo plano. En el primero siempre estuvo tu felicidad.
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-       Tu madre siempre fue muy tímida, un día intenté besarla en el lago y me esquivó ágilmente -, reí leve al contarle aquella anécdota a Toru, mientras él mordía su mano. Creo que comenzarán a crecerle más dientes. – Ahora que lo recuerdo, nunca le he contado cuando te pedí matrimonio… ¿Quieres que le cuente? -, observé tu altar y suspiré, sintiendo una presión en mi pecho.
El día en que vi un ángel en el altar…
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Mis manos temblaban, ¿era aquello normal? Nunca había sentido ese escalofríos recorrer mi espina dorsal, todas esas sensaciones eran nuevas para mí. Al parecer tú también estabas muy nerviosa ya que, al tomar tus manos, sentí lo frías que estaban, a pesar de ser verano. Subí tus manos y besé su dorso con delicadeza, suspirando hondo, de repente sentí un ligero calor en mis mejillas, ¿acaso estaba sonrojado? Cómo sea. Me arrodillé y alcé la mirada, viéndote fijamente, acto que siempre te sonrojaba.
-       Creo que en estos tres años juntos he aprendido a amarte como es debido, pero me encantaría tenerte a mi lado el resto de mis días -, la voz me temblaba, muy extraño en mí, pero estaba decidido -. ¿Quieres ser mi esposa? – Nunca te había visto tan sonrojada como aquél día. Un brillo en tus ojos advertía unas lágrimas, las cuales te limpiaste mientras sonreías ampliamente.
-       A-Aceptó -, sentí como te lanzaste a mis brazos y mojabas con tus lágrimas mi hombro. Ese día me volviste el hombre más feliz de Konoha, no, del mundo.
Después de pedir tu mano con tu padre, como era debido, comenzamos a planear todo. Ambos pensamos que una boda sencilla estaría bien, pero entre Naruto y Sakura comenzaron a planearnos una celebración más grande. Varias veces quería negarme pero tú me convencías en un instante en aceptar la ayuda de aquellos dos.
Los días pasaron y en un fresco otoño nos declaramos amor eterno frente todos aquellos que fueron testigos de cómo iban creciendo nuestros sentimientos. Nos colocamos los anillos mutuamente y dijimos nuestros votos. Sellamos nuestro compromiso con un beso, el cual nunca olvidaré. Sentí como llenó mi alma, dándome una nueva razón por la cual vivir, aquél beso me llevó a la gloría, no quería despegar mis labios de los tuyos, tan cálidos y húmedos –por las lágrimas que derramabas-. Por fin me sentía completo, ahora la soledad, oscuridad y todo aquello que reinó mi ser por varios años ya no existía y todo gracias a ti.
En la salud y en la enfermedad…
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Ahora veme aquí, hablándole a un pedazo de piedra el cual tiene tu nombre gravado.
-       ¿Sabes, Hinata? -, veía a Toru, quien se había quedado dormido. Besé su frente y acomodé su cabello, arrullándolo -. No sé si seré capaz de contarle aquél suceso a nuestro hijo, una vez que éste crezca y me pregunte por ti, ¿podré decirle que fue mi culpa? -, limpiaba una lágrima que salía de mi ojo, recorriendo mi mejilla -. Aunque tú me dijeras varias veces que no fue así, yo pude haber ido a esa misión en tu lugar, nunca te había dejado sola antes… ¿Por qué lo hice en aquella ocasión?
Hasta que la muerte nos separe…
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Una tarde lluviosa, la Hokage Tsunade te había convocado a una misión de rango A. Nunca te negaste a cumplirlas y esa no iba a ser la excepción. Cuando llegaste a casa comenzaste a alistar tus cosas, te pedí que me dejaras acompañarte pero te negaste, diciendo que era una misión fácil y que estarías acompañada de Shino y Kiba. Siempre confiabas a ellos tu vida cuando yo no podía ir contigo. Toru ya tenía un mes y tú te sentías con la fuerza para realizar aquella labor. No insistí más porque sabía lo mucho que significaban para ti, además de que alguien debía de cuidar a Toru ya que esos días había amanecido con fiebre.
Me diste un beso tierno y un poco largo, nunca me habías besado más de cinco segundos por tu propia cuenta y tengo que admitir que me sorprendió, pero no le di mucha importancia, a fin de cuentas regresarías a casa sana y salva. Pero sólo fue un deseo que no se cumplió.
Seis días pasaron y no tenía ninguna noticia sobre ti, lo que me hizo preocupar ya que tu misión era planeada para cuatro días. Encargué a Toru con Ino mientras Naruto, Sakura y yo fuimos en busca de ustedes tres.  La aldea quedaba a menos de dos días pero no podía descansar, tenía que llegar lo antes posible. Tenía un dolor en el pecho que no me dejaba en paz, lo que solían llamar “mal presentimiento”. Una vez en la aldea los habitantes nos llevaron hacia dónde estabas pero me advirtieron que estabas débil y que debía dejar que descansarás. Le pedí a Sakura que pasara a verte y te curara con su Jutsu, nunca había acudido a nadie pero tú eras mi todo y no te podía dejar ir tan fácil.
La angustia me consumía, Sakura no salía del cuarto. Mientras aguardaba, Kiba y Shino me explicaban lo que había ocurrido: Ya habían preparado el equipaje para regresar a Konoha pero fueron interceptados por unos ninjas renegados que querían tomar posesión de las tierras. Al principio todo iba bien, pero en un descuido tomaron de rehén a una inocente niña. Hinata fue en su auxilio pero todo fue una emboscada, le lanzaron kunais con veneno y uno pegó en un punto vital. Después de pelear, los ninjas se rindieron y huyeron, dejando a Hinata mal herida y con toxinas corriendo por su sangre. Quería matarlos.
-       ¡¿Cómo dejaron que Hinata cayera en una vil trampa?! ¡¿No se supone que la cuidarían?!
-       ¡Siempre estuvimos al pendiente de ella, fueron escasos segundos que la perdimos de vista! -, Kiba apretaba sus manos. Se sentía culpable, pero no me bastaba con eso.
-       ¡Eres un imbécil! -, lo tomé por el cuello de su ropa y lo miré fijamente. En mi mirada podía percibirse el odio y el miedo-. Sólo espero que Hinata esté fuera de peligro sino te las verás conmigo.
-       ¡Sasuke-kun, tranquilízate! -, fue ahí cuando Sakura salió. Giré mi vista hacia ella y al ver sus mejillas mojadas sentí una fuerte presión en mi pecho -. Hinata-chan… Hinata-chan quiere hablar contigo…
Solté bruscamente a Kiba y caminé hacia el cuarto donde te encontrabas, dudando en entrar, algo en mí se iba muriendo a cada paso que daba. Abrí con cuidado la puerta y te vi, recostada en la cama, con la mirada hacia la ventana. Me acerqué a ti y tomé con cuidado tu mano. Volteaste tu vista hacia mí, sonriendo como era tu costumbre, soportando el llanto el cual ya quería salir de tus hermosos ojos color perla.
-       Lo siento, cariño, te hice venir hasta aquí.
-       Soy yo el que debe disculparse, no te acompañé en esta misión -, negaste y acariciaste mi mano.
-       Esta era mi misión, no te preocupes -, subí tu mano y la besé. Sentí lo fría que estaba, lo cual me hizo sentir más fuerte aquella punzada en mi corazón -. Aunque esta vez me dejé llevar y no medí el peligro… -, bajaste la mirada y las lágrimas comenzaron a salir silenciosamente -. A-Antes de morir quiero pedirte algo…
-       No, no, no. Tú no vas a morir, amor, tú te pondrás bien. Sakura es una inepta que no puede curarte, pero te llevaremos con Tsunade, seguro ella te quitará el veneno y…
-       Sasuke-san, amor, no ofendas así a Sakura-san, ella es de las mejores kunoichis médico que hay en konoha… Por favor, no me niegues mis últimos deseos.
-       Hinata, no digas estupideces… Tú no vas a morir. No te dejaré morir… -, te abracé y comencé a llorar, mordiendo mi labio -. Por favor… No me digas eso… -, comenzaste a llorar y, entre sollozos me dijiste tus últimos deseos.

Tal como lo pediste, te traje de regresó a Konoha, no permitiste que ningún médico te viera, por más que te rogué. Querías pasar tus últimos días junto con tu hijo y tu esposo. Tomé algunas fotos, te veías tan hermosa, con tu coleta a un lado, cargando a Toru, sonriendo ampliamente, como si no sintieras como aquellos tóxicos te iban matando lentamente. Cada noche velaba tu sueño, acariciando tu cabello, procurando que respirarás. Pero, sin previo aviso, una fría tarde de invierno, mientras jugábamos con Toru en la cama, tomaste mi mano, junto con la del pequeño, sonreíste y dijiste que nos amabas, que habíamos sido la alegría de tus días, la razón de tu vida. Cerraste tus ojos lentamente, me dijiste que querías dormir, que o me preocupara. Cargué a Toru y lo dejé en su cuna, volviendo a la cama para abrazarte y acomodarte entre mis brazos. Te observé y después de unos minutos me di cuenta de que tu alma ya no estaba en tu cuerpo. Me separé y te hablé varias veces, no reaccionabas. Grité tu nombre, asustando a Toru, él comenzando a llorar. Te abracé y apegué a mí, mientras lloraba, desgarrando mi garganta. Recuerdo que en tu rostro se veía tranquilidad, la cual trasmitías con tu sonrisa, pero ese sentimiento en mí nunca apareció, en su lugar había dolor.
Recuerdo como si hubiera sido ayer. Todos me daban su pésame mientras esperábamos que me entregaran tus cenizas. No aguantaba estar rodeados de todas esas personas que nunca me importaron, no aguantaba tu ausencia, así que salí al jardín de aquél fúnebre sitio y observé como tu alma se elevaba al cielo, disfrazada de humo negro.
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Me levantó y acomodo a Toru entre mis brazos, besó tu lápida y una lágrima cae en ella. Mañana estaré nuevamente aquí, platicándote todo lo que hace Toru, desahogando mi dolor, siéndote fiel hasta el fin de mis días porque la muerte no nos separará. Porque así tenga que vivir sin ti yo te amaré hasta el final de mis días, y esperaré por la tan hablada reencarnación. Porque tú eres y serás el amor de mi vida.

domingo, 27 de enero de 2013

「U N T I T L E D」


Nublado, sólo podía verse el contorno del Sol entre las nubes grisáceas, pero aún así el día se mantenía frío y solitario. Nada parecía brillar ese día, el mundo humano era cada vez más aburrido, más monótono. Los insignificantes seres vivían para sobre existir, olvidándose de su propia felicidad. A pesar de eso, el abandonar la Tierra no era uno de los planes del Arcángel: Haruko.
Ella tenía una misión en aquél lugar, la cuál debía descifrar. Por ello, recorría las calles una y otra vez, descubriendo nuevas cosas, nuevas sensaciones pero los humanos seguían siendo los mismos, ninguno parecía disfrutar de lo que hacía.
Mientras recorría el mundo, los recuerdos de sus vidas pasadas llegaban como un flash a su cabeza, el dolor tanto físico como emocional que vivió con los seres con quiénes se relacionó, los cuales hicieron que sus esperanzas en las personas se esfumaran y quisiera mantenerlos alejados de ella. Pero había una parte de sus recuerdos la cual se volvía borrosa y oscura, cómo si alguien o algo se hubiera dedicado a eliminar esos momentos. En ocasiones, cuando tenía tiempo, cerraba los ojos y trataba de recuperar esos recuerdos, pero visualmente no conseguía nada, sólo sabía que eran cálidos y que la hacían sentir feliz. “– Seguro es con algún hermoso animal doméstico que habita en éste mundo.” Se decía a sí misma. No podía creer que algún humano fuese capaz de lograr aquellos sentimientos en ella.
Por las noches estiraba un poco sus alas, recorriendo las calles por los cielos, éstas necesitaban estar en movimiento o comenzaban a dolerle y pesarle. Eran grandes, blancas cómo la nieve y las plumas eran casi igual de tersas y delicadas que las plumas de un cisne, más sin embargo, las plumas que formaban sus alas eran especiales y únicas, por lo que siempre cuidaba de ellas.
Una noche, en un paseo como cualquier otro en la Tierra, observo con curiosidad a un humano que, desde el techo de su casa, veía la Luna con una sonrisa en su rostro. Se escondió para no ser descubierta con sus alas en todo su esplendor. Desde un lugar seguro dirigió su mirada a aquél ser que parecía romper con la monotonía en los humanos de la cual Haruko había sido testigo. Siguió contemplándola, observando que se trataba de una chica de cabello largo de color negro y de complexión delgada.
Perdió la noción del tiempo hasta que vio a la chica levantarse y bajar las escaleras, perdiéndose de su vista al entrar por una puerta color verde. Suspiro y negó ligeramente. “- ¿Por qué perdí tanto tiempo con esa humana?” se preguntaba en sus adentros, comenzando a mover sus alas para elevar su vuelo y volver a recorrer la ciudad en la que estaba.
Unos días después, el Arcángel había olvidado lo sucedido. Recorría como cualquier otra persona la ciudad, caminando y viendo las tiendas, quedando enternecida con algún animal doméstico que vendían en las veterinarias. Caminó un poco más perdiendo la cuenta de sus pasos hasta que éstos fueron repentinamente detenidos, algo dentro de sí le decía que doblara la calle. Suspiró y se dejó llevar por su instinto, caminando por la calle solitaria, viendo que había una persona en una banca que jugaba con un cachorro el cual estaba abandonado. No evitó sonreír ligeramente, hacía tiempo que no veía a una persona tratar con tal delicadeza a un animal indefenso. Observo con curiosidad y pudo distinguir que se trataba de la humana que días antes se encontraba contemplando la Luna. Caminó hasta llegar a un lado de la banca, viendo así mejor los rasgos físicos de la chica: De piel blanca (no tanto como la suya), su cabello era negro -un poco maltratado a comparación de los cabellos de seda del arcángel-, vestía con pantalones de mezclilla y una chaqueta que la cubrían perfectamente del clima nublado de ese día.
El cachorro se acerco a los pies del Arcángel y ladró, ella sólo sonrió y se agachó para acariciar su lomo y cabecita. Después de un rato, el cachorro se refugió en su caja, dejando solas a Haruko y la humana.
Pasaron tiempo sin decir nada, pero aquel silencio no era incómodo. El Arcángel dirigía miradas repentinas a la chica, hasta que ésta se recargo en el respaldo de la banca y miró hacia el cielo, sonriendo. “- ¿Por qué está perdiendo su tiempo? ¿Es acaso que no tiene algún trabajo cómo los demás humanos?”, las preguntas rondaban por su mente, viendo con curiosidad a la chica. De repente, ésta dirigió la mirada hacía el Arcángel, le sonrió y suspiró.
- No hay nada mejor que no tener nada qué hacer en un día tan hermoso, ¿no? – “¿Hermoso?” Se preguntaba Haruko. Era cierto que no le gustaban los días soleados, pero ningún humano en su sano juicio decía que un día así era hermoso, todos lo describían como “Un mal día”.
El Arcángel asintió y suspiro, viendo con más curiosidad a la chica.
- Siempre vengo aquí para cuidar de ese cachorrito. – Habló de nuevo la morena, viendo hacía la caja donde se había metido el animal en cuestión – Hace unos días tenía su patita rota por los malvados tipos que vienen a beber a éste lugar –hizo una breve pausa para reír – Casi soy violada por ellos al defender al perrito. – Haruko alzó una ceja.
- ¿Y te ríes por eso? Pudieron haberte lastimado. – La morena sólo alzo los hombros y prosiguió.
- Estaban muy borrachos, se tropezaban con cualquier cosa. –Alzaba su mirada y veía a la chica que tenía enfrente (Haruko) – Soy Uzu, por cierto. – Le dedicó una sonrisa, la cual hizo sorprender al Arcángel. Hace tiempo que no veía una sonrisa tan sincera.
- Haruko, puedes decirme Haruko. – Correspondió a la sonrisa, agradecida por el gesto.
- Bueno, Haruko-chan, me tengo que ir, un gusto conocerte. –Se levantó y caminó hacía la avenida. – Espero vernos después, bye! –Comenzó a correr, perdiéndose en la multitud.
Después de ese día, Haruko no podía sacarse de la cabeza a aquella chica. Su sonrisa, su mirada, todo sobre ella resaltaba su persona sincera y honesta. Quería encontrarse de nuevo con ella. Pasaron días, casi el mes y la chica no había ido a aquella banca con el cachorro. El Arcángel comenzaba a preocuparse.
Una noche, Haruko decidió rondar por la ciudad, caminando hacia donde sus pies le indicaran, mirando fijamente el suelo, esquivando postes, personas que aún vagaban a altas horas o algunos vehículos estacionados. Su andar la llevó hasta la calle donde se había encontrado con Uzu, vaciló en ir hacía la banca, comenzaba a perder la esperanza de ver de nuevo a la humana. Pretendía seguir su andar pero un ruido extraño la detuvo, giró su mirada hacía la calle y distinguió las siluetas de algunos hombres robustos que caminaban torpemente. No les dio importancia a ellos hasta que escuchó una voz conocida.
- N-No les tengo miedo. –La voz se escuchaba temblorosa, mintiendo sobre lo que había dicho. – Cómo si unos borrachos pudieran correr más rápido que yo.
“Uzu…” Pensó Haruko. “Ésta niña sí que da problemas.” Corrió hacia donde estaba, escuchando un grito y aullidos de un cachorro lastimado. “Joder”. Movió lo más rápido que podía sus piernas, hace mucho no corría y no podía sacar sus alas en presencia de los humanos, lo tenía prohibido.
Apretó sus manos al escuchar gritar por ayuda a la morena, la habían acorralado y comenzaban a forcejear para quitarle la ropa. Haruko buscó algo con qué golpearlos, encontrando un fierro el cual pertenecía a una remodelación de un edificio, corrió lo más rápido que le dejaron sus piernas y se lanzó sobre los hombres que acosaban a Uzu. Comenzó a golpearlos con el fierro, haciéndolos enojar más, pero Haruko era más ágil y lograba esquivarlos, golpeando con todas sus fuerzas.
Los hombres comenzaron a correr, lanzando amenazas al aire para ambas chicas, ayudándose entre sí para sostenerse en pie. Haruko, por su parte, soltó el fierro y corrió hacia la chica, que yacía en el suelo, abrazándose, con sus ropas rasgadas. El Arcángel no aguantó verla así, le dolía, por primera vez, ver a un humano sufrir.
- ¿Estás bien? ¿Te tocaron de más? – La tomaba en brazos, viéndola, preocupada. Pero algo hizo que se molestara con ella. Uzu sonrió y comenzó a reír.
- D-De nuevo… P-Por poco me violan, hehe…
- Por poco… Por poco… ¡Uzu, tus ropas están rotas, estabas en el suelo! ¿Crees qué es momento para reír? ¿En qué estabas pensan…do? –Sintió como la chica se apegó a su pecho, comenzando a llorar, apretando su blusa blanca. - ¿Uzu?
La morena lloraba desconsoladamente, al mismo tiempo que temblaba. Haruko, al tenerla entre sus brazos sintió el miedo que tenía la chica, por lo que la abrazo más fuerte y de manera protectora. Tenía ganas de acompañar a la humana en su llanto, pero sentía que debía ser fuerte, por ella.
- T-Tranquila, ya paso, todo está bien… -Suspiraba y acariciaba la espalda de la chica, sintiendo los espasmos por el llanto. - ¿Por qué viniste a estas horas, teniendo todo un día? - Uzu se separó, para poder verla a los ojos y dedicarle una sonrisa.
- A-Algo me dijo q-que tenía que venir… - hipeaba ligeramente – A-Además, tenía tiempo sin ver a Hachiko… -Sonreía leve y se acomodaba con timidez en los brazos del Arcángel, cerrando los ojos – Tus brazos son tan cálidos.
Haruko no sabía qué hacer o decir, había pasado mucho tiempo desde que ella tuvo contacto con un humano. La miro, acariciando su espalda y parte de su brazo, tímidamente beso su frente y, al hacerlo, sintió como algo renacía en ella. Quedó sorprendida al cerrar los ojos y recordar aquella parte oscura en su mente, visualizando a una chica a su lado, la misma chica que ahora tenía en brazos. No podía creerlo. Recordó todo lo que vivió a su lado, los abrazos, los besos, las sonrisas y hasta las peleas de las cuales siguieron adelante. Todo, recordaba absolutamente todo lo que hace segundos estaba vació y  borroso.
Volvió a abrazarla protectoramente y fue entonces que entendió que su misión era cuidarla, velar por ella y nunca dejarla sola. El amor que un día le tuvo renació y, a pesar de que Uzu no la recordará tal cual, lucharía por ganarse un nuevo espacio en su corazón, sin importar cuántas vidas más pasen, ella siempre estaría para la chica, la humana que cambió su vida, sus pensamientos y su forma de ser. La humana que amaba más que a nada en ese mundo. La humana por la cual aquél bello Arcángel estaba dispuesta hasta a perder sus alas.